miércoles, 30 de enero de 2008

Abel Ferrara - King of New York, confesión y redención

Frank espera en su celda a la libertad, un golpe de porra en uno de los barrotes le indica que su momento ha llegado. Pero Frank White no es el mismo hombre que entró, tiene un nuevo objetivo: quiere que su ciudad, Nueva York, le recuerde. Pero no por sus crímenes, sino por algo muy diferente.

Abel Ferrara es un director... podríamos decir... especial; se aparta radicalmente de los clásicos arquetipos de los géneros en que se mueve, y en esta, su primera gran película, nos comienza a ofrecer lo mejor que tiene dentro después de algunas películas que apuntaban bien pero no conseguían dar en la diana (aunque algunos consideran que Ángel de Venganza lo hace, yo no pienso igual).

¿Cómo podriamos definir a Abel Ferrara?. No es fácil. Es una persona con un concepto de la vida muy extrema: no ve blancos y negros, solo grises, considera que la verdadera redención en el ser humano es a partir del momento en que caes en el pozo más hondo, cuando ves que todo explota. Esa es su visión como católico ferviente declarado y eso lo refleja en su cine provocando un estilo personal y propio. Aunque sus conceptos y manera de ser no encajan en los clichés comerciales de Hollywood, su visión particular le sitúa como objeto de culto entre los cinéfilos más ávidos de emociones fuertes.

King of New York (1990) es un claro reflejo de lo antes apuntado: Frank White busca la redención pero a su manera, de la mejor forma que sabe hacerlo; a través del crimen pero de una manera muy Hoodiana, robándole a sus rivales y acabando con ellos, como si considerase que son un mal mayor que él mismo para la ciudad. Frank desea dar un regalo a Nueva York para que no le olviden: un hospital en uno de los mayores barrios marginales y hará todo lo posible por lograrlo y sabe que no tiene mucho tiempo, ya que sus enemigos estarán al acecho para derrocarle. Ferrara trata de justificar las acciones que Frank comete como excusa para su salvación ante la sociedad y que el público se identifique y no lo vea como el malo típico que debe ser atrapado. En este caso, Frank es interpretado por el camaleónico Christopher Walken, que encaja perfectamente en el perfil buscado por el director; Walken desde un inicio nos muestra un personaje ambiguo capaz de matar sin piedad ni arrepentimiento en un momento, y ser seductor y querido por sus amigos y socios un minuto después. Un personaje sin escrúpulos capaz de cerrar un trato de drogas rodeado de niños en un pequeño hospital infantil. Como mano derecha encontramos a Laurence Fishburne como Jimmy Jump, el brazo ejecutor de Frank, al cual no le interesan los planes de su jefe: simplemente ejecuta sus órdenes y disfruta de los premios obtenidos, un mundo de droga, mujeres y buena vida, un personaje histriónico y salvaje, sin duda, pero que jamás dejará de ser leal a su rey.

En el mundo neoyorquino que se nos presenta (tan alejado de lo retratado por Woody Allen) ningún personaje está limpio de pecado, desde los abogados que representan a Frank, a politicos y a intermediarios capaces de vender su alma si obtienen algún beneficio. La película posee un tono tan oscuro que prácticamente toda la pelicula se desarrolla en la nocturnidad, como un mundo vampírico y violento donde el dinero es el objetivo, la sangre que da vida a sus habitantes.

Como contrapunto tenemos al grupo de policías que no entiende las buenas intenciones de Frank, y desean su regreso al que consideran su verdadero hogar: la cárcel. Ferrara no se conforma con algo tan simplista, y nos muestra que sus personajes poseen una profundidad mucho mayor de lo evidente; vemos que el fracaso constante de los defensores de la ley hace que busquen autojustificarse (vaya, igual que Frank) y traten de eliminarlo con métodos más allá de lo permitido; de nuevo, Ferrara trata de justificar la acción para redimir. En este caso, lo mejor es la interpretación de David Caruso que se mueve en el filo de la navaja y cuya frustración le hace actuar de una manera alejada de su profesión. ¿Dije que en el mundo de Ferrara no hay extremos? En este caso sí lo hay, lo encontramos en Roy Bishop (interpretado por el veterano Victor Argo), el único personaje limpio e íntegro en toda la pelicula que parece como fuera de contexto, un último romántico en un mundo pervertido y contaminado. Sin pasado de interés y sin un futuro a contemplar, Ferrara lo considera una especie en extinción, alejado de lo que él cree es la verdadera sociedad. Roy quiere atrapar a Frank, pero rechaza y da la espalda a los métodos de sus compañeros. Curiosamente, Ferrara, en su próxima película y quizás su obra maestra Teniente Corrupto, vemos un opuesto a King of New York y, a su vez, una continuación a la evolución mostrada por los personajes de su film anterior.


King of New York se le tacha de demasiado violenta y de ensalzar las drogas, un argumento pobre a la hora de definir los films del director; en casi toda la filmograía de Ferrara la violencia (con las drogas de telón de fondo, como el verdadero diablo) es un hilo conductor de sus historias para luego reflejar las motivaciones de los personajes, un viaje hacia la purificación a través del castigo y la culpa, ¿cuál el premio? El verdadero perdón.

Ferrara resume su cine de esta manera: Tipos como Harvey Keitel y Christopher Walken están en el límite, justo en el límite. Y están ahí fuera sin red. Sus vidas reflejan la dificultad del viaje a través de la vida, la dificultad de vivir sin pecado. Estos hombres sufren, están atormentados. Sus vidas son un vacío.

AMÉN, HERMANO ABEL, AMÉN.

lunes, 28 de enero de 2008

Yuma

Hace tiempo que se viene hablando bajo total convicción sobre el western moderno, sin tampoco aclarar a qué se refiere claramente: si se trata de una revisión a los tiempos que corren del género en el mismo escenario; o bien una traslación, o mutación, de los convencionalismos del mismo a un ambiente contemporáneo. O simplemente que, cada vez que se estrena un una de vaqueros e indios fuera de su época dorada, ya se califica de moderno. En el primer casual se ajustaría toda una pléyade de films encabezados por los excelentes westerns de Kevin Costner y Lawrence Kasdan; en el segundo, gran cantidad de westerns urbanos –otra definición curiosa- en los que se suele caer en la simpleza provocada por el excesivo uso del contexto contemporáneo; el tercer supuesto, el único 100% cierto si hay que atenerse a la literalidad de la definición, abarcaría toda película rodada en los últimos veinte y tantos años sin marcar bien cuál fue el comienzo.

La realidad es que el western nunca se fue: se fueron sus maestros, pero siempre han existido películas cuya intención ha sido preservar el género, no resucitarlo… y 2007 para ello ha sido realmente fructífero, con tres películas tan dispares como necesarias: 3:10 to Yuma, The Assasination of Jesse James by the Coward Robert Ford, con Brad Pitt y Casey Affleck y Seraphim Falls con Pierce Brosnan y Liam Neeson. Esta última, a diferencia de la que nos ocupa, cuenta con fecha de estreno en nuestro país -7 de marzo-, aunque no esperen encontrarla en su multisala habitual. Dispares porque tan sólo la de Brosnan y Neeson mantiene los preceptos del western más clásico y, sin embargo, -aún resultando magnífica- no resulta tan evocadora como las otras dos. De ahí que quién suscribe tenga dudas respecto a 3:10 to Yuma de Mangold sobre si encuadrarla en los supuestos antes mencionados, porque cumple –más o menos- en todos ellos e incluso marca nuevas tendencias que, si bien pueden resultar peligrosas son, cuanto menos, interesantes.

Ante todo, 3:10 to Yuma no es una película revolucionaria: precisamente su revolución radica en la carencia de cualquier elemento que la haga perdurable. Puede sonar irónico, pero en el fondo no se trata más que de una película de acción, algo por encima de la mierda –perdón, media- habitual. Y ya. Pero claro, estamos hablando de un western moderno. Cualquier detalle se mira con lupa puesto que los acreedores no son de los que se andan con chiquitas, y hay demasiados esperando alguna del género para evocar tiempos mejores y demostrar el buen gusto que tienen y lo bien qué lo harían en su lugar. A Mangold todo esto se la sopla. El western no es más que una excusa barata, un juego de clicks de playmobil con el que vestir un fondo que no se aleja para nada de lo que es la principal inquietud artística (y Dios, espero que no sea vital) de James Mangold; la redención. Desde el sheriff caído en desgracia de Cop Land, auténtico western urbano con todas las de la ley, hasta el Johnny Cash en su búsqueda del amor -paternal, pasional, perdurable- donde siempre pensó que estaría: no existe en su filmografía nada que haga pensar que sus proyectos son guiados por motivaciones ajenas. Hasta Kate & Leopold, vehículo para el lucimiento de Meg Ryan, esconde en sus entrañas la certeza de encontrarnos ante un auténtico autor que sabe amoldar sus motivaciones a cualquier proyecto que se presente.

Y no sólo no se aleja sino que entra de lleno: esta última incursión cinematográfica de James Mangold resulta la más ambiciosa propuesta de toda su filmografía, y para ello toma como base una película de hace cincuenta años que se recuerda sobre todo por la presencia de Glen Ford y por estar basada en un relato de Elmore Leonard. El Mangold guionista adapta al cien por cien el guión original (desconozco si también el relato: si alguien conoce de su existencia, se agradece el aviso) con papel cebolla, tal cual, incluso extrayendo los mismos diálogos pero con el buen gusto –y pericia- de darles otro significado. Al igual que aquella, 3:10 to Yuma es la clásica historia entra de captor y presa, y como tal funciona: un forajido, Ben Wade, da un sangriento golpe con su banda a una diligencia sin percatarse de la presencia de Dan Evans y sus hijos, un ganadero muerto de hambre. Wade se muestra benevolente con él, lo que le lleva a ser detenido en el pueblo más próximo. Evans, falto de dinero, acepta el encargo de llevarlo a la estación desde la cual se coge el tren hacia la cárcel de Yuma, donde Wade cumpliría condena por sus crímenes, en un enrevesado plan para evitar el asalto de la sangrienta banda que aún campa a sus anchas, expectante a un descuido de los representantes de la ley para liberar a su líder.

El trabajo de Bale –Dan Evans- y Crowe –Ben Wade- resulta magnífico, dependientes el uno del otro, sabiendo en cada momento que cada uno juega a la mitad del mismo pilar maestro que sustenta la película. No hay espacio para destacar innecesariamente, incluso cuando uno está fuera de plano el otro es consciente de su dependencia. Tan sólo al final Crowe se permite el lujo de un último acto de vanidad, rúbrica de una chulería como pocas veces se ha visto. Esto no exime que el film cuente con unos secundarios de lujo, destacando a dos por encima de todos: un inquietante Ben Foster que encabeza la banda de Wade en su ausencia, que reúne en su aspecto de pipiolo, y con bastante acierto, a gran cantidad de psicópatas míticos en la historia del género; Peter Fonda riéndose una vez más de su papel en la industria, esta vez más justificado que nunca como antigua némesis de Wade y, por lo que se puede deducir, no muy alejado en cuanto historial de sangre del preso. El reparto funciona, siempre bajo el yugo del protagonismo de los dos cabezas de cartel. En lo formal, 3:10 to Yuma resulta correcta, aunque puede dar la sensación estridente de estar viendo una falsa recreación del oeste americano: cámaras al hombro, desenfoques, travellings que invaden espacios cerrados como si se tratara de una película de acción de la década anterior. No resulta molesto, pero… pero esto es un aspecto que abordaremos más adelante. El score de Beltrami ayuda, y mucho, al halo de tensión constante, en un registro entre su trabajo en The Three Burials of Melquiades Estrada y sus trabajos con Guillermo del Toro. Sin ninguna estridencia es capaz de poner lo pelos de punta, demostrando el por qué se trata de uno de los mayores talentos a la hora de conceder sonido a la violencia.

En conclusión, 3:10 to Yuma resulta un reconfortante y aún más intenso paseo por la interesante visión de un cineasta que, a esperas de su masterpiece, sigue brindando un cine muy personal; puede agradar más o menos, pero indudablemente tiene el sello de alguien que no se dedica a esto por otra cosa que contar historias. Ahora… ¿existe algo más en su última película? ¿Qué tiene que aportar, o joder, Mangold adentrándose en tan respetable género?

Comparar dos películas con cincuenta años de separación puede resultar un ejercicio innecesario, sobre todo si ambas pertenecen a un género tan atemporal como el western. Se habla mucho del western como el único género totalmente cinematográfico, no sólo por haber nacido al tiempo del cinematógrafo, si no por su propia concepción histórica: una nación en pañales, el descubrimiento constante de tierras baldías donde asentarse y la puerilidad de un sistema de social y de leyes que permite cualquier estudio psicológico sobre sus habitantes. Es el género cinematográfico de todos los géneros porque abarca cualquiera, y permite a quien se mete en él realizar tanto una película simple y vacía o toda una tesis alrededor de todo lo que nos hace humanos.


El western suele tener poca cabida en la literatura: carece de un contexto histórico lo suficientemente fuerte como para dar clásicos, y aunque existen grandes novelas ambientadas en la época, la mayoría no pasan de meras aventuras sin ningún tipo de intención mas allá del –y muy loable- entretenimiento puro y duro. La dependencia de la imagen es innata. Al existir un contexto tan definido como la exploración se entra de lleno en la confrontación entre personajes, dejando en un segundo plano las circunstancias ajenas a los mismos para dar cancha a historias más sencillas y, por ello, personajes más complejos. El western, género de géneros, como lienzo sobre el que esbozar, dibujar y rematar lo que todo realizador busca en una película.

Ante esa definición, Yuma no es un western. Eso no le impide mostrarse totalmente respetuosa con el género, pero si nos atenemos a la raíz del mismo, no es un western ni por asomo: demasiado anacrónica de así encajarla, demasiado… moderna. En ese sentido la de Delmer Daves se ajusta mucho mejor, dejando todo el protagonismo a Evans y Wade, pero sin aportar el elaborado contexto que aporta Mangold junto a los guionistas Michael Brandt y Derek Haas (artífices del libreto de, eh, 2 Fast 2 Furious). La clave entre ambas películas reside ahí, en el contexto y circunstancias que abordan a los protagonistas: mientras la original podría estar ambientada en cualquier fecha posterior a la conquista del oeste, el remake se sitúa, y muy bien situado, en un tiempo concreto y en una zona específica. Dan no se trata tan sólo de un ganadero que se las ve putas para mantener a su familia; también se trata de un excombatiente tullido marcado por ello, que intenta mantener su honor como ejemplo ante sus hijos, y cuya motivación adicional a la hora de aceptar el acompañar a Wade a su encierro es demostrar algo más a su hijos. Lo mismo con el forajido: del sibilino y simpático Glen Ford de la original se pasa al cruel y carismático Russell Crowe actual, capaz de controlar la situación en todo momento, y aportando con su actitud un elemento totalmente ignorado en la original: la ley y su corrupción. Dan acepta su misión aún a pesar de que esos mismos que le pagarán son los que le están jodiendo vivo. No es sólo la sequía la que seca sus pastos y mata sus reses; también los mismos usureros que dan coba al ferrocarril para que abandone sus tierras, los mismos que extorsionan y cortan el paso del arroyo. Wade se aprovecha de ello y le intenta hace ver que no es él la presa, que todos son presas del mismo sistema.

Mangold también consigue extraer del relato un elemento de violencia exagerado, extremo en ocasiones; además del contexto de corrupción también se le añade unos personajes duros, que corren la maratón por mucha cojera que tengan y que aguantan los disparos estoicamente. El hijo de Dan tiene unos huevos demasiados grandes para un chico de su edad, incorporándose en el grupo en el momento más oportuno y encarándose sin vacilar a Wade; hasta tenemos a un veterinario curando a un ser humano, demostrando que son bestias que soportan cualquier cosa. Quizás por ello choca más la escena final, que no pienso desvelar aquí, pero que demuestra que no todos somos invulnerables aunque unos avispados guionistas así lo quiera. Esta escena final es la que se desmarca completamente de la original, dando un nuevo significado a los personajes y demostrando que vivimos tiempos más acomodados: En los cincuenta hacía falta esa esperanza con la que finaliza la película de Delmer Daves, en la actualidad es necesario de vez en cuando un puñetazo en el estómago que nos recuerde donde vivimos. Los artífices del ferrocarril –el mundo moderno- marcan la pauta, gente como Wade se mueve por ella sin ningún escrúpulo; a todos los Dan del mundo sólo les queda hacer algo importante y caer en el intento para que exista algún resquicio de esperanza. 3:10 to Yuma del 2007 deja poca tregua para ello, pero la que ofrece es intensa.


¿Qué aporta pues la película de James Mangold? Quizás un nuevo camino en el género lejos de los homenajes casuales o las joyas puntuales, o bien una nueva vía de facilitar el acceso como lo fue el spaghetti western: una manera de ahondar un poco más en un periodo aún desconocido en la historia de Estados Unidos, adoptando el estilo del western urbano y regresando a la época original para ello. Desde luego, es algo más complejo de lo que parece: no obstante se trata de una película con ritmo, extremadamente divertida y con un ímpetu comercial latente; algo que muchos críticos verán como un elemento en su contra. Pues vale. Es un salto mortal el de Mangold con su 3:10 to Yuma, una apuesta arriesgada que levantará ampollas precisamente por la facilidad con la que aligera –que no desprecia- los preceptos básicos del western; pero que, como toda precursora, puede dar lugar a nuevas y estimulantes formas.