sábado, 5 de marzo de 2011

8 Muestra SyFy, día 2: Espadas para combatir el horror

Tras el día de ayer, servidor se está planteando si los errores perfectamente solventables que arrastra esta muestra resultan ser un defecto de carácter, chascarrillos simpáticos que perfilan la personalidad del evento, porque de otro modo sería incapaz de comprender cómo es posible que, año tras año, sigan existiendo proyecciones deficientes (peor aún, existiendo un proyector digital en la sala), fallos de sonido y películas sustituidas en último momento por fallos que, en teoría, se suelen comprobar bastante antes del comienzo de la proyección. Como tampoco es algo que me altere especialmente, en tanto todo esto me sale gratis (mal consuelo) y resulta un entretenimiento saludable en un lugar céntrico, sí resulta crispante al pensar en esa gente que se recorre varios centenares de kilómetros para encontrarse los mismos fallos tras otros todos los años.

Lo más probable es que esta disertación resultaría menos si no fuera porque, de las cuatro obras ayer exhibidas, tan sólo una consiguió salvar del hastío a buena parte de los presentes. Abrió la segunda jornada de la muestra Cherry Tree Lane (Paul Andrew Williams, 2010), otro ejemplo del clasismo que viene salpicando al terror británico y que, con absoluto efecto mimético, va avanzando a discursos peligrosamente simplistas. Plagada de recursos estilísticos a destiempo y de un ritmo excesivamente cortado por situaciones previsibles (y destrozado en su propio terreno por un final típico y precipitado), lo más inquietante del film resulta ser ese intento por mostrar a una clase media y acomoditicia como elemento desamparado per se, sin una motivación por explicar la situación más que su propia condición de gente de bien. El juicio al que somete Andrew Williams al grupo de asaltantes resulta sistemático desde el primer minuto, condicionando la película a un sector que puede que lea una señal de alarma ante la problemática de la inseguridad ciudadana, pero que, lamentablemente, no tendrán los elementos para plantearse el por qué de esa inseguridad.

Takashi Miike vuelve a la muestra tras los dos años pasados de la proyección de Like a Dragon (2007), aquella adaptación de la saga videojueguil Yakuza y que escondía bastante más interés de lo que podría resultar de un comienzo. En este caso nos brinda una muestra de su mejor talento (el reposado y el desatado) con Thirteen Assassins (2010), auténtica carta de amor al chambara y remake de una pseudodesconocida película de 1963. Tras años de sufrir reflexiones lentas y melancólicas del género, Miike toma la senda de la violencia que tan bien conoce para mostrar el ocaso del sistema militar del shogunato plagado de simbolismos: desde el amo sádico y déspota pero que no deja de ser un niño mimado inconsciente del propio daño que ejerce, hasta la relativización de la moral samurai a través de un personaje que resulta igual de eficiente matando, pero que reniega de cualquier sentido del honor. Desde un comienzo que puede resultar desconcertante para occidentalitas como nosotros (plagado de nombres, datos y política shogun) hasta el impresionante clímax final de lo menos una hora, lo que estamos viendo es una película tan fuerte y crepuscular como lo fue Grupo Salvaje (Sam Peckinpah, 1969).

Mientras el público esperaba disfrutar a continuación de lo que promete ser una divertida mezcla de géneros con Tucker & Dale vs. Evil (Eli Craig, 2010), la repentina destrucción de la cinta por motivos que, tengo que admitir, no me molesté en escuchar, provocó su sustitución por Salvage (Lawrence Gough, 2009), proyección directa de televisión a tenor de la carta de ajuste que iba apareciendo de vez en cuando (incluso en mitad de un clímax). Una madre en busca de su hija en un vecindario tomado por ¿un monstruo? ¿el ejército? ¿un amante? Muestra de absoluta incoherencia narrativa donde el espectador no sabe si está viendo un slasher, una película de militares o, simplemente, un ejemplo de tirar de tópicos del cine de horror para terminar haciendo eso mismo: un horror. El mayor consuelo es leer en los créditos que está producida por la BBC, lo que demuestra que en todos lados cuecen habas.

El último intento del día por destruir el buen recuerdo del film de Miike llegó con Shadow (Federico Zampaglione, 2009), otro terror fílmico sobre un pobre desgraciado que sale de una guerra para encontrar otra en los Alpes, donde intenta recluirse con su bicicleta. Desde el primer minuto se van tomando puntos de comienzo y no para hasta acabada la película, desconcertando por la absoluta incapacidad de llevar ideas inconexas ayudadas, eso sí, por una también inconexa capacidad visual para mantener la tensión. Otro producto que tira de listado de tópicos como si de un realizador novato pajillero se tratase, y cuya resolución final, debo admitir, resulta de lo más risible que he visto en una sala; un intento de querer cerrar el sindios en el que el director y sus guionistas se han metido, tirando por una senda que cualquier guionista con dos dedos de frente descarta de un comienzo.

Aún con todo, el recuerdo de esa gran obra llamada Thirteen Assassins consigue olvidar los horrores perpretados por nuevos cineastas que parece seguir una peligrosa máxima: no dejes que la coherencia destroce un bonito plano. Y hoy toca Argento. Deseadme suerte.

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