domingo, 6 de marzo de 2011

8 Muestra SyFy, día 3: Influencias transcontinentales

A estas alturas de la muestra, sería bastante ingenuo pensar que se puede marcar una línea en la selección de películas, como si el hecho de que las escogidas fueran las que son por algún motivo más allá de englobarse de alguna manera en lo fantástico (aunque es evidente que no todas son así). Intentar buscar una correspondencia entre ellas no procede, pero no puedo dejar de pensar que la jornada de ayer dejó una clara muestra de que en Corea del Sur piensan más, y muy bien que piensan, en todos los temas escabrosos que gente como Dario Argento parece haber olvidado con el paso del tiempo. La brutal diferencia en el trato y mimo que se le dan a lo más bajos instintos del ser humano existente entre Jee-woon Kim y el director italiano deja patente que en Asia existe un filón inagotable, filón muy influenciado, pero de una inusitada limpieza en la mirada a la hora de asomarse al vacío.

Con ello comenzó la tercera jornada, con la última joya de Jee-woon Kim tras ese simpático paréntesis aventuresco que fue The Good, the Bad, the Weird (2008). Para quien disfruta de cualquier producto editado sobre la venganza y el repentino resurgir del género de vigilantes, I Saw the Devil marca un punto de inflexión con su trato descarnado, su capacidad empática con el sujeto a vengarse y con un elemento emotivo difícil de buscar en estas producciones. El director se permite el lujo de alternar la cacería entre un marido que tortura lentamente al asesino de su mujer, con la propia cacería del asesino con quien le está haciendo sufrir: no existe un arrepentimiento, un motivo que haga claudicar al asesino, y el espectador es capaz de entender su perseverancia no sin sentirse turbado por ello. Lo que I Saw the Devil pretende (y consigue) es buscar una respuesta en todos los actos del protagonista, intentar comprender que no existe crimen gratuito, y ahí reside el éxito del film: en la angustia de quien busca respuestas y cada vez se aleja más de ellas. Con ello consigue alejarse de los mensajes livianos de otras películas de vigilantes y, curiosamente, se alza junto a Vengeance (Johnnie To, 2009), también proyectada la muestra pasada, como las películas más reflexivas sobre el tema en los últimos años.

El terror francés en su vertiente torture porn se hubiera visto representado con Caged (Captifs) (Yann Golan, 2010)... de no ser porque pretende lo primero, y obvia totalmente lo segundo. Tras un comienzo prometedor y bien narrado cuya elipsis pasa de la causa de un trauma infantil a la misma niña que lo sufre años después en Yugoslavia, donde ejerce de médico junto dos compañeros. El secuestro de los mismos mete la película en una anodina muestra de terror esquematizado y planteado sin ningún tipo de aliciente, que se atreve a meterse en un tema muy espinoso sin nada que haga preocuparse por el devenir de los encerrados. Tirando de recursos sonoros se intenta introducir en el miedo de los personajes, que acaba deviniendo en otra muestra a rebufo de los más aburridos tópicos que van trayendo el horror galo.

Y llegó el momento Argento, del que sorprendentemente aún había gente en la sala esperando una muestra de su genio. Giallo venía arrastrando fama de ser una absoluta muestra de la decadencia (por no decir sepelio) del autor italiano, aunque por norma suelo olvidar todas esas implicaciones en cuanto aparecen los primeros títulos de crédito. El caso es que la confirmación de esa decadencia va avanzando desde el primer minuto sin descanso, en un ejercicio de absoluto desprecio por el guión donde reside la justficación del tedio que Adrien Brody demuestra durante toda la película, deseoso de salirse de la misma a las primeras de cambio. Su doble papel debería contar como doble negativo a la hora de ser escogido en futuros proyectos, y su participación como productor no hace otra cosa que hundir aún más su reputación. Da la sensación de estar viendo un mal capítulo de una mala serie española de policías, donde Emmanuel Seigner y Elsa Pataki son las malas actrices que hacen su primera participación, y donde el malvado psicópata está tan terriblemente esterotipado (¡y se masturba con hentai de Final Fantasy VII!) que, esta vez sí, el despropósito proyectado hace que resulte terriblemente divertido. Una de estas películas cuya decadencia y ponzoña resulta tan progresiva y creciente que uno no puede dejar de disfrutar de ella.

La solución después de tanto goce malsano podía haber venido con Hatchet II (Adam Green, 2010), continuación de aquel slasher que me hizo creer de nuevo en el género. Sin embargo, y aún plenamente disfrutable, Green decide tirar por una continuación directa de las andanzas de Victor Crowley, simplificando tras cuatro años de paréntesis lo que podría haber resultado una interesante continuación de la leyenda del pantano. No obstante resulta un divertido producto con momentos de ingenio, tales como el maravilloso diálogo inicial con el barquero (donde, en pocas palabras, desmonta gran parte de los preceptos del género) hasta las sucesivas muertes con total mano ligera de sangre. Por otra parte y ya de una forma más personal, destacar la increíble presencia de Tony Todd de nuevo en su papel de Reverendo Zombie. Actor fetiche en el fantástico, su porte, voz y su capacidad de inquietar sigue en pie hasta en los momentos más cómicos. Que sigan dándole más.

Ya por último, el broche final con una sesión de Trash entre amigos que, personalmente, no pude disfrutar por el abrazo de morfeo. Hoy domingo promete, aunque seguramente lamentaré algo tan descaradamente horrible y gozoso como lo que nos brindó Dario Argento ayer.

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